La mayor
parte de lo que se nos dice sobre el despertar suena como un argumento para
vendernos la iluminación. Cuando tratan de vendernos algo, sólo nos cuentan los
aspectos positivos, e incluso es posible que nos cuenten cosas que no son
verdad. En el intento de vendernos el despertar, se nos refiere que la
iluminación tiene que ver con el amor y el éxtasis, la compasión y la unión, y
otras experiencias positivas. Suele estar envuelto en historias fantásticas, de
modo que llegamos a creer que el despertar tiene que ver con milagros y poderes
místicos. Uno de los argumentos de venta más habituales es la descripción de la
iluminación como una experiencia de dicha. Consecuentemente, la gente piensa:
“Cuando despierte espiritualmente, cuando sienta la unión con Dios, entraré en
un estado de éxtasis constante”. Por supuesto, ésta es una comprensión
equivocada del despertar.
El despertar
puede ir acompañado de dicha, porque la dicha es un subproducto del despertar,
pero no es el despertar mismo. Mientras vayamos buscando los subproductos del
despertar, perderemos de vista la esencia. Esto es un problema, porque muchas
prácticas espirituales intentan reproducir los subproductos del despertar sin
lograr el despertar mismo. Podemos aprender ciertas técnicas meditativas
—repetir mantras o cantar bhajans, por ejemplo — y se producirán ciertas
experiencias positivas. La conciencia humana es extremadamente flexible, y al
participar en ciertas prácticas, técnicas y disciplinas espirituales, puede
generar muchos de los subproductos del despertar: estados de dicha, apertura, y
así sucesivamente. Pero lo que suele ocurrir es que acabas únicamente con
ellos, sin el despertar mismo.
Es
importante que sepamos qué no es el despertar para que no vayamos detrás de sus
subproductos. Debemos renunciar a la búsqueda de estados emocionales positivos
a través de la práctica espiritual. El camino del despertar no consiste en
sentir emociones positivas. Al contrario, es posible que la iluminación no sea
en absoluto fácil ni positiva. No resulta sencillo dejar que aplasten nuestras
ilusiones. No es fácil soltar percepciones muy arraigadas. Incluso podríamos
experimentar una gran resistencia a reconocer esas ilusiones que nos producen
mucho dolor.
Mucha gente
no sabe que se va a encontrar con todo esto cuando emprende la vía del
despertar espiritual. Como maestro, una de las cosas que averiguo sobre los
discípulos al comienzo de nuestra relación es si están interesados en el
despertar: ¿quieren realmente la verdad o sólo desean sentirse mejor? Porque el
proceso de descubrir la verdad podría no ser un proceso en el que nos sintamos
cada vez mejor. Puede ser uno en el que tengamos que mirarlo todo honestamente,
con sinceridad, y eso puede ser fácil o no.
La llamada
sincera de la realidad a la realidad, la llamada sincera a despertar, es una
llamada que viene de un lugar muy profundo de nuestro interior. Viene de un
lugar que prefiere la verdad a sentirse bien. Si nuestra preferencia es
sentirnos bien en todo momento, continuaremos engañándonos a nosotros mismos,
porque intentar sentirse bien en el momento es exactamente la manera que
tenemos de engañarnos. Pensamos que nuestras ilusiones hacen que nos sintamos
mejor. Para despertar, tenemos que romper con el paradigma de tratar siempre de
sentirnos mejor. Por supuesto que queremos sentirnos mejor; esto forma parte de
la experiencia humana. Todo el mundo desea sentirse bien. Nuestro cableado
interno, nuestro sistema nervioso, nos lleva a buscar más placer y menos dolor.
Pero en nosotros hay un impulso todavía más profundo, y es lo que describo como
el impulso de despertar.
Este impulso
de despertar es el que nos da la valentía de examinar todas las maneras que
tenemos de engañarnos a nosotros mismos, el que nos llama a responsabilizarnos
de nuestra propia vida. No podemos llegar a la iluminación arropados en los
faldones de un maestro iluminado; no funciona así. Intentar hacer eso nos
ciega; significa que no queremos pensar por nosotros mismos, que no queremos
examinar las cosas por nosotros mismos. Cuando hacemos ciegamente lo que se nos
dice —seguimos ciegamente una enseñanza sólo porque es antigua o reverenciada
— acabamos justamente con lo que estábamos pidiendo: ceguera.
Otro de los
grandes errores con respecto al despertar o la iluminación es que se trata de
algún tipo de experiencia mística. Podríamos esperar una experiencia similar a
la de la unión con Dios: un fundirse con el entorno o disolverse en el océano.
Esto no es así. Y el despertar tampoco consiste en poseer de repente una gran
comprensión cósmica: comprensión de cómo está construido el universo,
comprensión de cómo opera internamente lo que pensamos que es la realidad.
Podría
seguir indefinidamente, pero, en esencia, lo importante es darse cuenta de que
el despertar espiritual es muy diferente a tener una experiencia mística. Las
experiencias místicas son preciosas. En muchos sentidos son las experiencias
más elevadas y placenteras que un “yo” puede tener. El “yo” siempre busca la
unión. En realidad, muchas de las prácticas espirituales en las que participa
la gente tienen como objetivo producir experiencias místicas de esta índole,
tanto si hablamos de una experiencia de fusión o de visiones de deidades como
de sentir que nuestra conciencia se expande a través del espacio y del tiempo.
Sin embargo, una vez más, las experiencias místicas no son lo mismo que el
despertar.
No estoy
diciendo que las experiencias místicas no tengan valor, o que no sean
transformadoras, porque suelen serlo. Las experiencias místicas pueden cambiar
la estructura del yo egótico de manera radical, y a menudo de maneras muy
positivas. De modo que, en el mundo de las cosas relativas, las experiencias
místicas tienen valor. Pero cuando hablamos del despertar espiritual, no
hablamos de una experiencia personal. Hablamos de despertar del “yo”. Hablamos
de ir de un paradigma a otro completamente diferente, de un mundo a otro.
No quiero
indicar que alguien despierto no vea el mismo mundo que tú ves. Tal como tú ves
una silla, la persona despierta ve una silla. Tú ves un coche y la persona
despierta también ve un coche. La diferencia consiste en que cuando uno está
verdaderamente despierto, cuando uno ha ido más allá del velo de la dualidad,
las cosas que parecen diferentes para todos los demás se perciben como esencialmente
lo mismo. Vemos la silla, y al mismo tiempo no nos percibimos separados de la
silla. Todo lo que vemos, todo lo que sentimos, todo lo que oímos es
literalmente una manifestación de lo mismo.
Una de las
señales del verdadero despertar es el final de la búsqueda
Cuando se
produce un verdadero y auténtico despertar, quién somos y qué somos queda
claro. Ya no hay preguntas al respecto; está resuelto. Así, una de las señales
del verdadero despertar es el final de la búsqueda. Ya no sientes el impulso,
el tira y afloja. El buscador ha quedado revelado como la realidad virtual que
siempre fue, y desaparece como tal. En cierto sentido, ha terminado su tarea.
Ha proporcionado el impulso necesario para ayudar a sacar la conciencia o el
Espíritu de su identificación con el estado de sueño, y le ha ayudado a volver
a su estado de ser natural.
Ahora, si se
trata de un despertar permanente, el buscador y la búsqueda se disuelven
completamente. Si, por otra parte, el despertar no es de carácter permanente,
es posible que el buscador y la búsqueda estén en proceso de ser disueltos,
pero sin hallarse totalmente disueltos todavía. En cualquier caso, esta
disolución del buscador mismo puede transformar la propia vida. Para los que
estamos en el camino espiritual, toda nuestra identidad puede haber estado
dedicada a ser un buscador. Literalmente, nuestra vida puede haber estado
definida por la búsqueda espiritual, por el anhelo de Dios, de la unión o de la
iluminación.
Entonces, de
repente, se produce el despertar. El buscador, la búsqueda y toda la estructura
egótica que se construye alrededor de la búsqueda espiritual desaparecen de
repente. Esta identidad se ve tal como es —carente de significado e inútil —,
y se cae.
Esta caída
del buscador puede experimentarse como un gran alivio. Da comienzo a lo que he
denominado la luna de miel del despertar. Al menos en mi caso, experimenté esta
caída del buscador y de la búsqueda como si me hubieran quitado un gran peso de
encima. Fue una experiencia muy física. Literalmente sentí como si me hubieran
quitado un peso, un peso que había estado acarreando.
Esta es una
experiencia común entre los que despiertan. Cuando la conciencia despierta de
su sueño de separación, hay una gran sensación de alivio. Por eso la gente
empieza a reír o a llorar, o experimenta una intensa liberación emocional del
tipo que sea: sienten el alivio de haber salido por fin del estado de sueño. A
veces llamo a este momento el primer beso. El despertar es como tu primer beso
espiritual, tu primer beso de la realidad, tu introducción a la verdad de quién
y qué eres.
Esta luna de
miel puede durar un día, una semana, seis meses o un par de años. Varía según
la persona. Lo característico del periodo de luna de miel es la fluidez
completa: no hay resistencia en tu ser, en tu experiencia. Todo fluye. La vida
es un flujo; todo parece ocurrir por su propia volición. Es el conocimiento
experimental de que en realidad todo se está haciendo, y que tú, como entidad
separada, no estás haciendo nada.
En el
sentido más profundo, esta luna de miel es una experiencia de no resistencia
completa y total. Dentro de la no resistencia, la vida fluye maravillosamente y
de manera muy hermosa, casi mágica. Las cosas aparecen cuando tienen que
hacerlo. Se toman decisiones sin decidir realmente; en todo está presente una
sensación de obviedad. Es la experiencia del Espíritu sin ningún impedimento,
sin la corrupción de la ilusión, del condicionamiento o de la contradicción.
Este flujo puede ser una experiencia momentánea, o puede durar más tiempo.
Algunas personas se sienten tan inmersas en la luna de miel que durante un
tiempo están casi incapacitadas, perdidas en un estado de dicha durante una
semana, un mes o incluso años.
El estado de
sueño es el estado donde percibimos la separación, donde pensamos que somos una
entidad y un ser separados. Ese ser separado siempre está buscando algo: amor,
aprobación, éxito, dinero, tal vez incluso la iluminación. Pero cuando se
produce el verdadero despertar, toda la estructura de la separación empieza a disolverse
bajo nuestros pies.
Allí aún
sigue existiendo un ser humano; no desaparecemos en una nube de humo. Incluso
nuestra personalidad permanece intacta. Jesús tenía una personalidad; Buda
tenía una personalidad. Todo el que camina sobre la Tierra la tiene. Incluso
los niños, cuando salen del útero de sus madres, la tienen. Es una de las
bellezas de la existencia, que cada uno de nosotros tenga una personalidad
diferente. Los perros y los gatos, los pájaros, incluso los árboles tienen
distintas personalidades.
La
diferencia está en que, una vez que hemos visto más allá del velo de la
separación, la identificación con nuestra personalidad particular empieza a
disolverse. Incluso si penetramos muy profundamente en la unidad y la
transformación ha sido muy grande, sigue estando presente una estructura básica
de personalidad. Sin embargo, lo que impulsaba nuestra personalidad, todos sus
antiguos principios orientadores e impulsos autocentrados, o bien han
desaparecido o están en proceso de desaparecer.
Si practicamos
la espiritualidad, uno de los resultados que esperamos es la disolución del
ego. Reconocemos el dolor del estado egótico y tenemos la esperanza de no
vernos confinados eternamente en él. Pero el despertar en sí no es lo mismo que
la disolución del ego. Podemos despertar tanto si el ego se ha disuelto como si
no. De hecho, pueden despertar egos muy fuertes y destructivos. El despertar da
comienzo al proceso. El resultado del despertar —su consecuencia — es la
disolución radical del ego.
Esto no implica
que el ego vaya a cooperar. El ego puede resistirse a esta disolución con todo
lo que tiene. Puede sacar a relucir todo su arsenal. No obstante, el proceso ha
empezado. Y, por último, una vez que has tenido un vislumbre de la realidad, no
hay nada que puedas hacer para impedir que el ego acabe por disolverse.
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