Esta palabra falta en algunos códices, el motivo que ocasionó la supresión parece ser la intención de los copistas de subrayar de este modo la responsabilidad de los judíos, sin embargo, la admiten todas las ediciones críticas:
Es coherente con la doctrina de Jesús sobre el amor a los enemigos (Mateo 5,44).
Sin pensarlo casi, solemos pronunciar esta "Primera palabra" de Jesús con un tono soberbio, como quien nunca ha pecado ni necesita perdón, suele ser nuestra excusa para decir: "que dios te perdone... yo no"; sin saber que por esta suplica de Dios a Dios, nuestros pecados fueron perdonados, nosotros somos los que crucificamos a Jesús y lo hacemos día a día, con nuestras mentiras, hipocresías, faltas de amor, miradas altaneras y mil cosas más. Esta oración al padre, no es para mi vecino, o para aquel que no paso o acepto en la comunidad, es para mi... porque no sé lo que hago.
Jesús en la cruz se ve envuelto en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias, lo hacen los que pasan por el camino, los jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido crucificados con él, y también los soldados, se mofan de él diciendo: “si eres hijo de dios, baja de la cruz y creeremos en ti” (Mateo27, 42). “ha puesto su confianza en Dios, que él lo libre ahora” (Mateo27, 43).
La humanidad entera, representada por los personajes allí presentes, se ensaña contra él, “me dejareis sólo”, había dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la Tierra, se le negó incluso el consuelo de morir con un poco de dignidad. Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón de su padre para los que lo han entregado a la muerte. Para judas, que lo ha vendido. Para Pedro que lo ha negado. Para los que han gritado que lo crucifiquen, a ÉL que es la dulzura y la paz. Para los que allí se están mofando y no sólo pide el perdón para ellos, sino también para todos nosotros, para todos los que con nuestros pecados somos el origen de su condena y crucifixión. “padre, perdónales, porque no saben…” Jesús sumergió en su oración todas nuestras traiciones, pide perdón, porque el amor todo lo excusa, todo lo soporta… (1 Cor. 13).
¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!…
Y Jesús, que no había hablado cuando el otro malhechor le injuriaba, volvió la cabeza para decirle: “te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Segunda palabra:
Sobre la colina del calvario había otras dos cruces, el evangelio dice que, junto a Jesús, fueron crucificados dos malhechores (Lucas 23,32), es la respuesta de Jesús a la súplica del ladrón arrepentido, Jesús le promete la vida eterna.
“¿no eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!” (Lucas 23,39), había oído a quienes insultaban a Jesús, había podido leer incluso el título que habían escrito sobre la cruz:
“Jesús nazareno, rey de los judíos”.
Era un hombre desesperado, que gritaba de rabia contra todo, pero el otro malhechor se sintió impresionado al ver cómo era Jesús, lo había visto lleno de una paz, que no era de este mundo, le había visto lleno de mansedumbre, era distinto de todo lo que había conocido hasta entonces. Incluso le había oído pedir perdón para los que le ofendían, y le hace esta súplica, sencilla, pero llena de vida: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Se acordó de improviso que había un Dios al que se podía pedir Paz, como los pobres pedían pan a la puerta de los señores. ¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!… y Jesús, que no había hablado cuando el otro malhechor le injuriaba, volvió la cabeza para decirle: “te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús no le promete nada terreno, le promete el paraíso para aquel mismo día, el mismo paraíso que ofrece a todo hombre que cree en él, pero el verdadero regalo que Jesús le hacía a aquel hombre, no era solamente el paraíso, Jesús le ofreció el regalo de sí mismo. Lo más grande que puede poseer un hombre, una mujer, es compartir su existencia con Jesús el Cristo, hemos sido creados para vivir en comunión con él.
De todos los discípulos de Jesús, solo uno (Juan) estuvo cerca de Jesús durante sus juicios. ¿Por qué a Juan?, José había muerto, Juan era hijo de Zebedeo y Salomé quien era hermana de María y por lo tanto Juan era primo hermano de Jesús, lo cual también es probablemente porque los hermanos de Jesús no creían en él (Juan 7:5); como María creía a Jesús, ella fue echada a un lado por la falta de fe de sus hijos.
Vemos que en el evangelio son rechazadas, palabras de Dios para quienes no tienen lugar en la sociedad.
Con la muerte de Jesús, María quedaba desamparada, pero no fue demasiado su dolor como para olvidarse de su madre.
Jesús nos deja un ejemplo para que todos podamos seguir, la iglesia del Cristo (los verdaderos hermanos de Jesús) está puesta para recibir al desamparado y necesitado.
El discípulo amado ya soportó la cruz, vio a su Maestro y amigo sufriendo y muriendo, por eso Jesús lo recompensó tan pronto... le encomienda a María su madre; pero ¿qué significa esto?, Jesús no quiere dentro de su familia ningún excluido y María sin ningún varón cerca quedaría fuera de la sociedad... ¿volvemos al mismo tema que antes? ¿Los excluidos? y es que la misión de Jesús se dirigía a ellos con especial predilección (lc. 4, 16-19), el "hermano de todos" no quiere que nadie quede fuera del reino y de la liberación definitiva. Hace ya 2000 años que Jesús entregó a su madre a todos los hombres en la persona de Juan y ella sigue acompañándonos, acompaña a los pueblos haciéndose uno de nosotros.
Y ahí junto a la cruz estaba María, su madre, la presencia de María junto a la cruz fue para Jesús un motivo de alivio, pero también de dolor, porque sabía Jesús que ella quedaría abandonada. Tuvo que ser un consuelo el verse acompañado por ella. Ella que, por otra parte, era el primer fruto de la redención, pero a la vez esta presencia de María la madre de Jesús, tuvo que producirle un enorme dolor, al ver en el hijo los sufrimientos que su muerte en la cruz estaban produciendo en el interior de su madre. Era la presencia de una mujer, ya viuda desde hacía años, según lo hace pensar todo. Y que iba a perder a su hijo. Jesús y María vivieron en la cruz el mismo drama de muchas familias, de tantas madres e hijos, reunidos a la hora de la muerte. Después de largos períodos de separación, por razones de trabajo, de enfermedad, por azares de la vida, se encuentran de nuevo en la muerte de uno de ellos. Al ver Jesús a su madre, presente allí, junto a la cruz, evocó toda una estela de recuerdos gratos que habían vivido juntos en Nazaret, en Caná, en Jerusalén, sobre sus rodillas había aprendido el shema, la primera oración con que un niño judío invocaba a Dios, agarrado de su mano, había ido muchas veces a la pascua de JerusaléN, habían hablado tantas veces en aquellos años de Nazaret, que el uno conocía todas las intimidades del otro. En el Corazón de la madre se habían guardado también cosas que ella no había llegado a comprender del todo. Treinta y tres años antes había subido un día de febrero al templo, con su hijo entre los brazos, para ofrecérselo al señor, fue precisamente aquel día, cuando de labios de un anciano sacerdote oyó aquellas palabras:
“a ti, mujer, un día, una espada te atravesará el alma”.
Los años habían pasado pronto y nada había sucedido hasta entonces, en la cruz se estaba cumpliendo aquella lejana profecía de una espada en su alma, pero la presencia de María junto a la cruz no es simplemente la de una madre junto a un hijo que muere. Esta presencia va a tener un significado mucho más grande. Jesús en la cruz le va a confiar a María una nueva maternidad. Dios la eligió desde siempre para ser madre de Jesús, pero también para ser madre de los hombres. Pueblo creyente, aquí tienes a tu madre.
Son casi las tres de la tarde en el calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor. Es una oración tomada del salmo 22, que probablemente recitó completo y en arameo (“Eli, Eli Lama Sabachthani”), lo cual explica la confusión de los presentes que creyeron ver en esta súplica una llamada de auxilio a Elías. Esto es un acto de profunda soledad y alejamiento de su padre. Este es el punto mas profundo de la cruz. Probablemente este sea el texto más misterioso. ¿Cómo es posible que Dios desampare al justo? ¿Cómo es posible que Dios se separe de su hijo? ¿Cómo es posible que Dios se separe de sí mismo?
“tengo sed” (Juan 19:28)
Es la expresión de un ansia de Jesús en la cruz. Se trata, en primer término, de la sed fisiológica, uno de los mayores tormentos de los crucificados, la palabra está tomada de los salmos 19:21; 68: 22:15 y 21:16, se interpreta en sentido alegórico: la sed espiritual de Jesús de consumar la redención para la salvación de todos, cuadra con la estructura del cuarto evangelio y nos evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la samaritana, muestra la humanidad de Jesús, es un hombre real, no un fantasma sino un ser humano verdadero, su dolor fue tan real como el nuestro, el vinagre (Marcos 15:23) vino mezclado con sidra, se le daba al crucificado para endrogar al penitente, se le daba para que la pena del crucificado no fuera tan amarga. El vino ayudaría al crucificado a olvidar su dolor. Muchas personas desean escapar su dolor en las drogas y el alcohol. Cristo nos enseña otro camino: Jesús enfrentó su futuro, ante la copa que estaba tomando, Jesús se negó a tomar el vino que se le ofrecía.
Esta "quinta palabra" es lo más pequeño que Jesús gritó desde la cruz, pero una de las cosas más humanas y más profundas. La sed es algo profundamente humano y natural, tan necesario para conservar la vida tanto casi como la misma existencia de Dios que nos conserva; pero la sed de Cristo es mucho más profunda no puede ser calmada solo con agua, es la sed de que todos sus hermanos puedan tener agua y comida suficiente... es la sed de los pobres de ayer, de hoy y de siempre. ¿Nos preocupamos de calmar la sed de nuestro pueblo?
Uno de los más terribles tormentos de los crucificados era la sed.
La deshidratación que sufrían, debido a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que sabemos, no había bebido desde la tarde anterior.
No es extraño que tuviera sed; lo extraño es que lo dijera, la sed que experimentó Jesús en la cruz fue una sed física. Expresó en aquel momento estar necesitado de algo tan elemental como es el agua, y pidió, “por favor”, un poco de agua, como hace cualquier enfermo o moribundo.
Jesús se hacía así solidario con todos, pequeños o grandes, sanos o enfermos, que necesitan y piden un poco de agua y es hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un moribundo, nos hace recordar que Jesús también pidió un poco de agua antes de morir. Pero no podemos olvidar el detalle que señala el evangelista San Juan: Jesús dijo: “tengo sed”. “para que se cumpliera la escritura”, dice San Juan (Juan.19,28), Jesús habló en esta quinta palabra de “su sed”. Aquella sed que vivía él cómo redentor, Jesús en aquel momento de la cruz, cuando está realizando la redención de los hombres, pedía otra bebida distinta del agua o del vinagre que le dieron. Poco más de dos años antes, Jesús se había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaria, a la que había pedido, “dame de beber”, pero el agua que le pedía no era la del pozo, era la conversión de aquella mujer. Ahora, casi tres años después, San Juan que relata este pasaje, quiere hacernos ver que Jesús tiene otra clase de sed, es como aquella sed de samaria. “la sed del cuerpo, con Ser grande es limitada". "la sed espiritual es infinita”. Jesús tenía sed de que todos recibieran la vida abundante que él había merecido, de que no se hiciera inútil la redención, sed de manifestarnos a su Padre, de que creyéramos en su amor, de que viviéramos una profunda relación con él. Porque todo está aquí: en la relación que tenemos con Dios.
Se puede interpretar como la proclamación en boca de Jesús del cumplimiento perfecto de la sagrada escritura en su persona. Esta palabra pone de manifiesto que Jesús era consciente de que había cumplido hasta el último detalle su misión redentora. Es el broche de oro que corona el programa de su vida: cumplir la escritura haciendo siempre la voluntad del Padre (Mateo 5,17 ss.; 7, 24 ss.; le 22,42; lo 4,34). Es una declaración de victoria. Jesús había cumplido su misión, había conseguido el propósito para el que fue enviado, la salvación de su pueblo, con su obediencia perfecta, Jesús cumplió la Ley en toda su totalidad, durante su vida Jesús guardó la Ley en toda su perfección, es lo que llamamos “obediencia activa”; en su muerte en la cruz, Jesús llevó el castigo que requería la ley de todos aquellos que rompían sus ordenanzas. Jesús logró ambas cosas a favor nuestro. Por medio de su vida y su muerte podemos ser justificados delante del Dios Padre. Somos justos porque su justicia es contada a nosotros por medio de la FE, somos libres de condenación porque la culpa por todos nuestros pecados fue puesta sobre los lomos de Jesús y por eso podemos ser libres de condenación. Jesús hizo una obra completa nos aseguró la vida eterna. Jesús fue no solamente el cordero sino también el sumo sacerdote, gracias a la muerte de Jesús hoy podemos nosotros allegarnos a Dios por medio de Jesús. No hay acusación, el abismo de separación entre Dios y los hombres ha desaparecido, Jesús en la cruz revela la justicia divina, abre la puerta al Cielo a todo aquel que le cree a ÉL.
"todo está cumplido" y murió... Si hubiéramos seguido paso a paso el drama de la vida de Jesús como en una telenovela, en este momento deberíamos romper en llanto, porque el autor y actor principal ha muerto, para una película este no sería un buen final, pues muere el protagonista, pero como esto no es ni una telenovela ni una película, tratándose de la vida real, o de "la mas real de las vidas", nos acongojamos y sufrimos por la muerte de nuestro redentor, pero por uno de esos misterios tan grandes de nuestro existir, la vida posee una ambigüedad tan grande que a la vez nos alegramos por la muerte, porque sabemos que luego viene la resurrección y la vida definitiva junto al Padre. ¿Jesús finaliza su misión entre nosotros? nos ha dado su mensaje y algunos, aunque sin entenderlo mucho, han hecho caso al llamado y se han empapado del mensaje del Reino y de la Misericordia del Padre, ahora nos toca a nosotros, somos los portadores de un mensaje que no es nuestro, el mensaje de que "todo se ha cumplido" y la redención fue consumada por Jesús desde la cruz y la resurrección.
Estas palabras no son las de un hombre acabado, no son las palabras de quien tenía ganas de llegar al final, son el grito triunfante del vencedor. Estas palabras manifiestan la conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo: “dar la vida por la salvación de todos los hombres”. Jesús ha cumplido todo lo que debía hacer, vino a la Tierra para cumplir la voluntad del Padre y la ha realizado hasta el fondo. Le habían dicho lo que tenía que hacer y lo hizo. Le dijo su Padre que anunciara a los hombres la pobreza y nació en belén, pobre. Le dijo que anunciara el trabajo y vivió treinta años trabajando en Nazaret. Le dijo que anunciara el reino de Dios y dedicó los tres últimos años de su vida a descubrirnos el milagro de ese Reino, que es el Corazón de Dios. La muerte de Jesús fue una muerte joven; pero no fue una muerte, ni una vida malograda. Sólo tiene una muerte malograda, quien muere inmaduro, aquel a quien la muerte le sorprende con la vida vacía, porque en la vida sólo vale, sólo queda aquello que se ha construido sobre Dios. Y ahora Jesús se abandona en las manos de su Padre. “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”. Las manos de Dios son manos paternales. Las manos de Dios son manos de salvación y no de condenación. Dios es un Padre. Antes de Jesús, sabíamos que Dios era el creador del mundo, sabíamos que era infinito y todopoderoso, pero no sabíamos hasta qué punto Dios nos amaba, hasta qué punto Dios es Padre, el Padre mas Padre que existe. Y Jesús sabe que va a descansar al Corazón de ese Padre.
Séptima palabra:
Y el que había temido al pecado y había gritado: “¿por qué me has abandonado?”, no tiene miedo en absoluto a la muerte, porque sabe que le espera el amor infinito de su Padre. Durante tres años se lanzó por los caminos y por las sinagogas, por las ciudades y por las montañas, para gritar y proclamar que aquel, a quien en la historia de Israel se le llamaba “el Elohim”, “el Eterno”, “el sin nombre”, sin dejar de ser aquello, era su Padre. Y también, nuestro Padre y el hecho de que tenga alrededor de siete mil millones de hijos en el mundo, eso no impide que a cada uno de nosotros nos mime y nos cuide como a un hijo único y salvadas todas las distancias, también nosotros podemos decir, lo mismo que Jesús: “Dios es mi padre”, “los designios de mi Padre”, “la voluntad de mi Padre” y si es cierto que es un Padre todopoderoso, también es cierto que lo es todo cariñoso y en las mismas manos que sostiene el Mundo, en esas mismas manos lleva escrito nuestro nombre, mi nombre. Y, a veces, cuando la gente dice: “yo estoy solo en el mundo”, “a mí nadie me quiere”, el, el Padre del Cielo, responde: “No. eso no es cierto, Yo siempre estoy contigo”. Hay que vivir con la alegre noticia de que Dios es el Padre que cuida de nosotros. Y, aunque a veces sus caminos sean incomprensibles, tener la seguridad de que él sabe mejor que nosotros lo que hace. Hay que amar a Dios, sí. Pero también hay que dejarse amar y querer por Dios. En las manos de ese Padre que Jesús conocía y amaba tan entrañablemente, es donde él puso su espíritu.
“Conclusión”:
Cuando Cristo dijo su última palabra, en la biblia se explica que el velo del templo se rasgó. Ya no más había que ir a Jerusalén una vez al año para ofrecer un sacrificio el día de la expiación. El sacrificio perfecto ha sido completado y tanto usted como yo tenemos acceso a la presencia de Dios por medio de Jesús. "Único puente entre Dios y los hombres". Si usted todavía no ha tomado el beneficio de este sacrificio perfecto, hoy Jesús le extiende una invitación para que se beneficie de este sacrificio. “si oyeres hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”. Acepta a Jesús como tu señor personal; y entrégale tu corazón y tu espíritu para que tengas vida abundante, en esta tierra y en la eternidad con él.
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