Seguro que
alguna vez un libro o un anuncio publicitario te han dado la respuesta a
esas dudas que continuamente te estabas planteando; que ibas a llamar por
teléfono a una persona y en ese mismo instante, es ella la que te llama; que
has tenido un encuentro inesperado en un lugar que ni siquiera pensabas o que
has encontrado a la persona exacta cuando la necesitabas apareciendo de la
nada…
Todos hemos
experimentado en alguna ocasión una coincidencia que parecía tan
improbable que nos resulta mágica y epifanía, como si existieran
conexiones entre sucesos, personas o informaciones a través de hilos invisibles
que tan sólo podemos vislumbrar por momentos. Según el psiquiatra suizo Carl
Jung esto no es casualidad, sino sincronicidad, uno de los aspectos más
enigmáticos y sorprendentes de nuestro universo.
«No existe
la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más
profundas»
Friedrich
Schiller
¿Qué es
la sincronicidad?
Este
concepto existe al menos desde los vedas pero fue Carl G. Jung quien
acuñó el término de sincronicidad, refiriéndose a “la simultaneidad
de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera no causal” como la
unión de los acontecimientos interiores y exteriores de un modo que no se puede
explicar pero que tiene cierto sentido para la persona que lo observa.
Jung
llegó a la conclusión de que hay una íntima conexión entre el individuo y
su entorno, que en determinados momentos ejerce una atracción que acaba creando
circunstancias coincidentes, teniendo un valor específico para las personas que la viven,
un significado simbólico o siendo una manifestación externa del inconsciente
colectivo. Son este tipo de eventos los que solemos achacar a la casualidad, el
azar, la suerte o incluso a la magia, según nuestras creencias.
La
sincronicidad nos representaría en el plano físico por ejemplo, la idea o
solución que se esconde en nuestra mente, maquillada de sorpresa y
coincidencia, siendo de esta manera mucho más fácil alcanzar.
Al igual que
Jung, Wolfgang Pauli, premio nobel de la física pensaba que la
sincronicidad era una de las expresiones que caracterizaban al unus mundus,
una realidad unificada de la que emerge y regresa todo lo existente.
Coincidiendo esta concepción con la Teoría de la Totalidad y el Orden Implicado
de la Mecánica Cuántica del físico estadounidense David Bohm.
«Somos como
islas en el mar, separadas de la superficie pero conectadas en la profundidad»
-William
James-
Sincronicidad:
momentos mágicos
Una
experiencia sincrónica suele venir a nuestras vidas cuando menos lo esperamos,
pero en el momento exacto, cambiando en ocasiones la dirección de nuestro
camino e influyendo en nuestros pensamientos. Pero para ello, tenemos que estar
receptivos y atentos al mundo que nos rodea, creando la apertura a esa
posibilidad de sincronicidad.
Cuanto
más alertas estemos con respecto a nuestro entorno, más probabilidades habrá de
que ocurra a nuestro alrededor o al menos, que le prestemos atención… Desde pequeñas conversaciones, canciones de
la radio o mensajes publicitarios por ejemplo, hasta encuentros aparentemente
“fortuitos”. Tan sólo hay que estar atentos.
Si dejamos a
las circunstancias fluir y no presionamos ni forzamos la ocurrencia de sucesos
o la voluntad de las personas, mientras mantenemos una actitud receptiva y de
apertura, dejándonos llevar por nuestra intuición y nuestra sabiduría interior,
nos abriremos a «la magia» que nos ofrece la experiencia de la sincronicidad. Si
sabemos escucharla puede convertirse en una buena guía para nuestras vidas.
Quizás esta
sea una de las muchas leyes universales que no puedan ser probadas con
demasiada seguridad, pero que sin embargo su presencia ha guiado la vida de
multitud de personas y está presente a lo largo de la historia de la humanidad,
siendo algunas de las razones para mantener este concepto vigente. Recordemos
que ya Don Juan le dijo a Carlos Castaneda que la suerte en realidad era una
forma de poder.
Incluso este
artículo puede haber sido fruto de la sincronicidad…
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