Consultando obras y escritos de simbología hallaréis cuantiosas claves al respecto, que redundan en una creencia arcaica que sitúa al 8 como el número de los números (lo que, casualmente, se ha refrendado en la actualidad por la tecnología digital, en la que todos los números se forman precisamente tomando partes o trazos del dígito 8). No obstante, sin desmerecer lo anterior, el valor simbólico del 8 y el octógono es de bastante más calado y engarza con la encarnación misma de cada uno en el plano humano y el inefable punto de encuentro en el que nuestra dimensión espiritual y corporal se funden para dar lugar a cada persona. Aquí radica la trascendencia del 8.
Para entenderlo adecuadamente, hay que recordar que ya antes de nacer sabemos las potencialidades y los atributos kármicos que vamos a disfrutar y las experiencias energéticas y vibracionales que viviremos: ya estaban aquí como potencial y entramos de nuevo en el plano humano para vivirlas. E, igualmente, antes de venir conocemos los potenciales de las personas con las que nos vamos a encontrar: las sincronicidades con aquéllos con los que tendremos encuentros y, dentro de esto, escogemos a nuestros padres. Cuando estamos al otro lado del velo, en la dimensión de la inmortalidad, que es la del Espíritu que somos, se eligen desafíos para poder enfrentarlos y resolverlos. Nadie vino aquí a sufrir, sino a desentrañar el rompecabezas de la vida. Y los Buscadores están interesados en desentrañar la vida, en abrir la caja de la verdad hasta constatar que cada uno de nosotros somos parte del Todo y el Todo mismo. No procedemos de ningún lugar. El Espíritu, no está en un lugar. Dios "Es". Y siempre fuimos; ya "éramos" antes de que se creara el Universo. Elegimos venir a la Tierra por una razón que, en realidad, no tiene tanto que ver con este planeta como con el Universo: desplegar nuestras energías en la Tierra experimentado en libre albedrío la ilusión de individualidad para elevar nuestro grado de consciencia, expandir así la consciencia de la suma a la que pertenecemos y, por medio de ello, contribuir a la expansión de la consciencia de la Unidad.
Pero, ¿en qué momento preciso nuestra dimensión espiritual conforma su unión con el nuevo cuerpo físico? Pues en el momento de la fecundación del nuevo ser humano. Lo que nos conduce al número 8 y su simbología.
Es en ese estadio -cuando el embrión está configurado por las 8 células madre- en el que la dimensión espiritual se asocia al cuerpo. También es el momento en el que se inyecta divinidad en el ADN, implementando en él -en dos capas interdimensionales llamadas ”Registro akásico del ADN”- los componentes y recuerdos de otras vidas precisos para las experiencias concienciales y concienciales que, en libre albedrío, corresponden ahora vivir. Por esto, algunas tradiciones espirituales denominan a esas 8 células las “células del alma”.
En este hecho francamente trascendente -la base celular octogonal que define el momento preciso en el que, tras la fecundación, se funden las dimensiones espirituales y física- reside la significación profunda del 8 y el octógono. La humanidad lo conoció en la noche de los tiempos. Y escuelas espirituales y tradiciones iniciáticas de los cinco continentes mantuvieron vivo este conocimiento, volcándolo en la simbología numérica. De ello bebieron muchas antiguas culturas de América Latina; y está en la razón de ser de la prevalencia del octógono entre los constructores medievales y en las edificaciones templarias.
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