EMPATÍA
Y EVOLUCIÓN ESPIRITUAL
Edith
Stein señaló el “carácter evolutivo del hombre”, siendo dicha evolución algo
que no estaría predeterminado o trazado de antemano, sino que tendría numerosas
posibilidades de realización. Y a lo largo del desarrollo de las diferentes
posibilidades, no bastaría con el propio esfuerzo personal, ni con la propia
responsabilidad, sino que según Edith, sería necesaria la mediación de la
gracia y confiar, para esperar dicha mediación. Es decir, que la evolución
personal, sería en parte debida a nuestro esfuerzo y en parte al efecto que la
gracia hace en nosotros (si la dejamos actuar).
Si
evolucionamos interiormente, parece ser, que podemos ser más empáticos. Pero
¿Qué es la empatía? La empatía, tiene que ver, desde una perspectiva
psicológica con la capacidad de ponernos en el lugar de otra persona, de
comprender como nos sentiríamos y pensaríamos si viviéramos sus mismas vicisitudes
o experiencias. Aparte de comprender, la empatía también tiene que ver con la
capacidad de sentir con el otro, es decir con la compasión. En la experiencia
con los demás, en ocasiones, podemos empatizar a un nivel más cognitivo o
racional, deduciendo como se puede sentir otra persona, reflexionando sobre su
situación, y en otras ocasiones, además, se produciría un sentimiento de unión
con otro ser humano, captamos lo que está sintiendo y así empatizamos con él,
de una forma intuitiva. Una intuición que significaría para Edith Stein captar
lo esencial después de haber liberado la mirada de prejuicios.
Edith
Stein se interesó por este tema, de la empatía, hasta el punto de desarrollar
su tesis doctoral sobre esta cuestión. Para esta autora, la empatía sería una
aprehensión de una persona “aquí y ahora”, que establecería una experiencia de
contacto del propio yo con el yo del otro, que permitiría descubrir las
intencionalidades centradas en los valores y deseos que darían sentido a su
existencia. Así podría comprenderlo y entraría en su mundo de valores que
constituiría el fundamento más íntimo de su ser. De este modo, podríamos ver lo
más profundo de un ser humano, lo que es realmente, por encima de las
apariencias.
La
empatía sería un método de conocimiento de los demás y de uno mismo, pues la
experiencia humana del trato con los otros, es lo que también nos permite
adentrarnos en nuestra interioridad, pues nos ayuda a vernos, a través de
ellos, a nosotros desde fuera. Así se conocería la interioridad de uno mismo en
el otro, uno se haría más consciente de aspectos de sí mismo, de los que no se
da cuenta, si no es en la interacción con los demás.
Podríamos
decir, en base a los argumentos señalados que la empatía, que podemos desarrollar
es una muestra de nuestra propia evolución interior, y además, el poseerla,
también nos permitiría desarrollarnos aún más y crecer más como seres humanos.
Pero esa
capacidad empática no viene dada, como un resorte automático, que se puede dar
por supuesto. Por ejemplo, los niños, cuando son más pequeños, tienen menos
capacidad de empatizar con cualquier ser humano. Pues por ejemplo, ¿algún bebé
se preocupa, cuando tiene hambre, de si la madre está cansada? Parece que no,
pues lógicamente sus necesidades están centradas en su supervivencia y hasta
que no tiene unos cuantos años más, no es capaz de ponerse en el lugar de los
demás, siendo esta capacidad, inicialmente limitada y pudiéndose desarrollar
progresivamente, a lo largo de la vida.
Según se
va dando esa capacidad de comprensión, inicialmente resulta más fácil
comprender y sintonizar con las personas más cercanas. Algo que, en general, se
da primero con la familia (en el caso de que las relaciones sean armónicas).
Posteriormente, hay más capacidad de ampliar esta capacidad empática a los
amigos, conocidos, personas con las que compartimos ideas, creencias,
aficiones, nivel cultural, etc. En la medida que la persona crece
interiormente, tiene más capacidad de entender y acercarse a más personas,
aunque sean diferentes a él. Y cuanto más difícil resulta la sintonía con el
otro, se está poniendo más a prueba nuestra capacidad de empatizar con él. Hay
que hacer un esfuerzo mayor de comprensión, si no somos capaces de mirar a
través de los ojos de Dios (que suponemos que sería la situación ideal). La
máxima expresión de esta capacidad empática, extendida a más seres, es el
ejemplo que nos da Cristo, amando a personas diferentes a él y a los suyos;
algo que llega a su máxima expresión en su planteamiento de amar a los enemigos
y en su petición de perdón a Dios para quienes están acabando con su vida.
Dentro de
lo que sería la evolución espiritual, es posible que una persona que esfuerce
por mejorar y crecer, pero que en dicho camino se olvide de los demás. Por
ejemplo, alguien puede sentirse muy bien estando a solas consigo mismo, en la
oración y ejercitarse mucho en ese sentido, pero tener un claro déficit en las
relaciones interpersonales, porque no se ocupa de cultivarlas. Estaría tan pendiente
de estar con Dios y consigo mismo, para demostrar lo santo o lo espiritual que
es, haciendo una especie de competición espiritual, que al final no estaría con
nadie y seguramente, ni siquiera con Dios. Podría ser, que incluso, se pudiera
sentir muy espiritual (por todos sus esfuerzos pseudo espirituales) y a la vez
fuera poco compasivo o comprensivo con los otros, sin ni tan siquiera darse
cuenta. Esta situación, lógicamente, frenaría su propio desarrollo espiritual,
por quedarse atascado en una actitud de soberbia y narcisismo. Así, su
evolución espiritual estaría limitada, sesgada y distorsionada y la persona no
estaría realmente desarrollada. En el caso señalado, la evolución sería parcial
y la capacidad de amar y de empatizar con otros estaría atrofiada o paralizada.
Con lo cuál, el desarrollo espiritual de la persona que funciona así, sería
bastante limitado, pues estaría centrado exclusivamente en su propia persona,
olvidándose de algo esencial, como es amar a los demás.
Una
situación como la referida, nos estaría mostrando que esa persona se habría
quedado en un estado infantil de su desarrollo, pues tiene una actitud vital
muy egocéntrica, en la que los demás le importan más bien poco. Es probable que
estuviera anclado en lo que se llamaría, según Kohlberg “moral
preconvencional”, que es un tipo de moral, que pertenece a las primeras etapas
de la vida. Dicho estadio de la moral, supondría que estaría centrado en su
propia satisfacción y no pensaría en las necesidades ajenas. Si se relaciona
con otras personas, el objetivo fundamental de su relación con los demás, sería
la propia gratificación, aunque les pudiera perjudicar. De lo que podemos
deducir que no tendría capacidad de empatizar con los demás o lo haría en
escasa medida. Si una persona tan inmadura respeta a los demás, sería para
evitar un castigo (humano o divino) y no porque se quiera el bien de otro ser
humano.
En una
fase más avanzada de la evolución de la moral lo que parece regir dicho
comportamiento, es la necesidad de ser aceptado por el grupo. Este sería el
estadio del desarrollo moral de “moral convencional”, en el que se hacen las
cosas bien, porque se quiere ser “bueno” ante los demás, también por mantener
lo establecido y el orden del sistema. Una frase que puede decir alguien que se
ha quedado aquí es: “siempre se ha hecho así”, “así está escrito”, etc. Si se
pone en el lugar de otro, se hace desde la norma, desde lo que se considera el
valor establecido y “normal”. No se ve al otro, sino que se proyecta sobre el
mismo los propios esquemas mentales sobre lo que está bien o mal, según lo que
le ha dicho el grupo, para sentirse aceptado y valorado. Así que se le aplica
al otro, lo que toca, no lo que quizás necesite realmente.
Posteriormente,
si seguimos evolucionando, entraríamos en lo que Kohlberg llama “moral
postconvencional”. En esta fase se aceptaría que cada ser humano tiene derecho
a tener su propia opinión o visión del mundo y se le respeta, aunque no se
compartan los mismos planteamientos. Se cumplen las normas, porque se ve que
son justas, independientemente de la opinión de los demás. Además, se trataría
a las personas como fines en sí mismas y no como medios para demostrar lo bueno
que es uno. En este estadio, todo ser humano sería igualmente digno de respeto,
sea de donde sea o piense como piense.
Más allá
de estos estados citados, habría que plantear un estado evolutivo posterior, en
el que la moral sería movida por el amor a los demás y no por ningún tipo de
norma o derecho establecido. Sería una moral más cercana a la moral de Cristo,
que ve la posibilidad de saltarse las normas, por el bien de un individuo (por
ejemplo curando en sábado) y en la que se puede actuar por amor y no por
conformismo o aceptación del grupo. Es probable, que los verdaderos místicos,
las personas evolucionadas espiritualmente, sean los que han llegado a este
nivel.
Este
modelo de evolución de la moral, es un ejemplo de la evolución del ser humano
en una de las dimensiones de su persona, que están estrechamente unidas a la
capacidad empática. Pues la moral más elevada, está estrechamente unida a la
capacidad de empatizar con el otro, a través de la capacidad para poderle amar
y conocerle en su ser más profundo.
Para
poder empatizar, en uno u otro sentido, hace falta tener un cierto nivel de
comprensión y de sensibilidad ante la realidad de la propia vida y ante la de
los demás. Algo que tiene mucho que ver con la propia evolución interior o
madurez espiritual, como ya se ha señalado, que a su vez estaría relacionada
con la profundidad de la experiencia de Dios. Pues el contacto vivo con Él, nos
proporcionaría una mayor capacidad de amar, de comprendernos y de conocer y de
comprender a los demás, “con una mirada de amor respetuoso”, como diría
Edith Stein.
Así es como sería posible derribar los muros que nos separan de los demás y
captar quienes son realmente, para llegar a poder comprender y captar su mundo
interior. Es decir, que sin una mirada de aceptación y amor por el otro y por
su vida no será posible poderle ver en su totalidad.
Por lo
tanto, para esta autora la empatía sería un acto espiritual. Pues parece que
esa capacidad de ponernos en el lugar de otras personas, va más allá de nuestra
capacidad intelectual y de nuestras emociones, dándose a un nivel superior (el
espiritual) que integra y sintoniza todas las dimensiones de un ser humano, con
lo que le está sucediendo a otro ser humano. Así, Edith Stein nos muestra un
camino posible para explorar en ese misterio de la individualidad de otro,
afirmando que solamente se podría “acceder a la singularidad de cada individuo
mediante un contacto espiritual vivo”,
algo que lógicamente va unido a la sensibilidad espiritual y vinculación al
Creador. Los santos no han dado grandes lecciones de ello. Pues son, como
expresó Edith Stein, los que están en un “estado de reposo en Dios”.
Y
sería, por tanto, a través de Él, por el que sería posible llegar al estado de
máxima empatía. Un estado del que Cristo, ha sido la máxima expresión, como ya
se ha señalado.
Podríamos,
además, imaginar que esa capacidad de empatizar, de sintonizar con otro o de
comprenderle, podría ir más allá de captar su forma de ser o de ver el mundo, e
incluso más allá de captar su sufrimiento y de captar su actitud ante el mismo.
Si fuéramos capaces de llegar a ese estado de unión con Dios, podemos imaginar
que la empatía podría llegar al punto de empatizar con quienes consideramos
poco dignos de amor, esos a los que se llama “enemigos”, como ya nos señaló
Cristo. Pues si podemos entender y entrar en lo más profundo del corazón de los
demás seres humanos, ¿no podríamos entenderles mejor y captar lo que hay más
allá de una apariencia? ¿Y no sería posible, a través de esa empatía, mostrar
un camino de amor que ayudara a la persona a salir de sus actitudes
destructivas o negativas? Parece que ese es parte del trabajo que se hace para
ayudar a otros, parte del camino que nos ha mostrado el Evangelio, los santos y
algunos psicoterapeutas, que plantean que el camino de la ayuda a otros ha de
partir de una empatía y de una aceptación incondicional del ser esencial de
otro ser humano. Algo que conllevaría la superación del “ego-centrismo” y al
ser conscientes de que somos Uno con los demás, de que todo ser humano sería
expresión de una misma realidad, en la que estaríamos todos unidos a un nivel
profundo. A ese nivel más profundo todos estaríamos unidos a la realidad de
Dios, y si nos damos cuenta seríamos capaces de encontrar Su rostro en las
personas que salen a nuestro encuentro.
Llegar a
ese punto más elevado de la empatía, la persona sería capaz de empatizar con
quien es diferente a nosotros, con el que nos da miedo, incluso con el que nos
odia y nos quiere hacer la vida imposible. Si somos capaces de tener una mirada
espiritual más aguda, seremos más capaces de adentrarnos en el alma de lo que
parece incomprensible y llegar a abrazar, incluso, a quién nos hace daño. Lo
cuál no quiere decir que no se le pongan límites, pues amar, también tiene que
ver con mostrar el camino correcto.
Si
empatizamos realmente, muchas veces, nos damos cuenta, de que detrás del mal
que vemos en los otros están sus limitaciones, su ignorancia o su estrechez de
miras. Incluso, en otras ocasiones, ese mal que vemos en los otros, es algo que
también padecemos y es algo que en realidad está en nosotros mismos y que nos
resulta más cómodo verlo en los demás. Reconocerlo en nuestro interior nos
puede hacer empatizar mejor con nuestros semejantes, en esa posibilidad que nos
plantea Edith Stein, de conocernos en y a través de nuestros semejantes,
creciendo así espiritualmente, y tal vez seguir a Cristo en su recomendación,
de “Amaros como yo os he amado”. ¿Seremos los humanos realmente capaces de
llegar a semejante grado de empatía amorosa? Si no nos lo planteamos y no
abrimos el corazón a esa posibilidad, de apertura y amor, no lo sabremos nunca
y por lo tanto, tampoco nuestro desarrollo espiritual, seguramente tampoco será
completo.