La
solidaridad implica respeto mutuo.
Este texto
pretende algo tan sencillo, al mismo tiempo y quizás precisamente por esa
simpleza, algo tan complicado como hablar de solidaridad. Entre mujeres y
hombres, entre colectivos humanos, entre organizaciones, entre pueblos y todo
ello desde nuestras individualidades, pero también y sobre todo desde nuestra
dimensión colectiva, esa dimensión que implica ser y formar parte fundamental
de algo mayor. Algo tan fácil de citar, como tan difícil de practicar: la
solidaridad. Demasiadas veces prostituida en función de intereses políticos,
religiosos o sociales, demasiadas veces manipulada. En definitiva, un concepto
que hoy, en tiempos de crisis y estafas, es necesario limpiar, sentir y sobre
todo dimensionar en la práctica.
A veces, se
la disfraza de caridad y ésta es otra cosa pues su ejercicio se realiza de modo
vertical, desde el que “está arriba” hacia los que “están abajo”. Por eso, el
ejercicio verdadero de la solidaridad, es complicado, no es fácil. Pero nos
jugamos mucho en ello pues hablamos de justicia social, hablamos de combatir la
desigualdad creciente, hablamos de sentirnos y encontrarnos en igualdad de
derechos y sobre todo, hablamos de poder ejercerlos más allá del discurso y que
ese ejercicio alcance a las grandes mayorías del planeta y no solo a una
minoría.
A veces se representa el paraíso y el infierno
de manera totalmente idéntica. En ambos lugares reina una gran abundancia de alimentos
y demás necesidades para una vida digna de las que los elegidos y los
condenados sólo pueden disfrutar por medio de grandes tenedores
desmesuradamente largos. Pero mientras que en el infierno los condenados al
hambre, intentan vanamente llevar a su boca los deseados manjares, en el
paraíso, los elegidos radiantes se alimentan los unos a los otros. Vivimos en
un tiempo en el que los largos tenedores enfrentados y solos dominan cada vez
más nuestras vidas, por lo que el recurso de la solidaridad ya no solo es
necesario y humanamente oportuno, sino que empieza a ser vital para la
existencia, ya hablemos desde la individualidad o desde la colectividad.
Así, de una
u otra forma vamos ya haciendo explícitos en este texto conceptos que nos
parecen fundamentales para explicarnos el modo de solidaridad que queremos
expresar y reivindicar en estos tiempos. Surge entonces la igualdad, lo
colectivo, la justicia, la lucha contra el empobrecimiento (proceso) y la
pobreza (consecuencia). Y también la lucha contra la desigualdad. Y aquí
aparece la necesidad de destacar de forma especial esto último pues afirmamos
que aunque la lucha contra la pobreza es necesaria y no se puede estacionar
sino acelerar, los poderes económicos y políticos en demasiadas ocasiones
tratan de distraernos con ésta, con el objetivo de que no percibamos que lo que
realmente crece en los últimos años es la desigualdad y la concentración de la
riqueza cada vez en menos manos y que son éstas las que generan situaciones de
auténtica injusticia y pobreza en y hacia las personas y los pueblos.
Y en base
a la manipulación colectiva, por medio de la televisión, radio periódicos,
publicidad nos manejan como corderos dándonos migajas para limpiar su imagen
formando fundaciones solidarias en sus propias empresas que son el engaño no
solidario, sino de quedarse con una serie de impuestos que el gobierno les
descuenta para una solidaridad que para el hombre de calle que la necesita
nunca llega y estas grandes fortunas siempre se incrementan y se incrementaron
en los peores tiempos de la historia.
El
solidario noble de conciencia; rico, de clase media o pobre nunca dice su
nombre cuando aporta solidariamente los recursos que puede, ya que no tiene que
limpiar una posible suciedad en sus quehaceres que manchan su reputación.
Por eso, en
este texto se quiere conscientemente dar a la solidaridad el contenido más
político posible a este concepto, tanto en su teoría como en su práctica. La
idea de solidaridad a extenderse es aquella que afirma y reivindica su
esencia como compromiso ético, humano y político, alejándose de sentimientos
únicos de compasión y caridad. Afortunadamente y dados los tiempos recientes
que nos tocan vivir en estas nuestras sociedades es este concepto el cada vez
más extendido, arrinconando a otros más individualistas. Y eso se percibe
cuando saltan alarmas sociales que requieren solidaridad.
Se ha dicho
y argumentado en múltiples ocasiones pero, por su importancia, es necesario reiterar. Si partimos del derecho humano a una vida digna y entendemos la
dignidad como una característica que define al ser humano, a hombres y mujeres,
decimos que la solidaridad es el derecho y obligación a indignarse ante la
injusticia a que se somete a las personas y pueblos, sea ésta del tipo que sea.
Pero, en esa misma línea, también consideramos que para que la indignación sea
consecuente (la solidaridad) no puede reducirse a un mero sentimiento, sino que
debe ir más allá. Debe incluir el reconocimiento de esas situaciones y sus
causas, y el compromiso activo ante las mismas, porque deben ser actuaciones
dirigidas a eliminar esas causas
profundas y estructurales que generan injusticias. Por eso es que se
reivindica, desde el protagonismo de las sociedades civiles, el principio de
solidaridad en la cooperación, pero también en la política, en la cultura, en
los medios de comunicación, en la capacidad de situarse en el lugar del
“otro/a” y desde ahí poder construir conocimientos y acciones que inciden en
verdaderas y profundas transformaciones, desde abajo hacia arriba, del sistema
dominante, pero lo fundamental es que se haga honestamente que es lo que en
estos momentos falta.
Este es el
reto que se está ganando, aunque pudiera parecer lo contrario. Un poco de
perspectiva y mirada larga así nos lo demuestran. Afortunadamente y a pesar de
estos tiempos de crisis que vivimos aquí y allá, en nuestros barrios y pueblos
pero también en regiones y países lejanos, la solidaridad se extiende y se
practica, el ser humano cuanto mas pobre es mas solidario con su prójimo. A
diario actúan con este horizonte millones de mujeres y hombres, miles de
organizaciones y movimientos sociales, todos ellos claves para no retroceder en
los derechos conquistados y para ir abriendo nuevos espacios de libertad y
fraternidad, de justicia social, nuevos paradigmas de emancipación y
solidaridad. Lo triste que muchos son de dudosa autenticidad
Antonio Fernández González
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